Lahaina (EE.UU.), 27 ago (EFE).- El camino a la recuperación de la isla hawaiana de Maui está lleno de obstáculos, pero la comunidad latina enfrenta dificultades adicionales: desde el temor a pedir ayudas federales por ser indocumentados hasta las barreras del idioma en un ambiente predominantemente anglosajón.
Diana, de origen guatemalteco, cuenta que muchos habitantes en situación migratoria irregular se niegan a pedir asistencia federal por miedo a que sus datos entren en bases policiales y acaben siendo deportados.
Ella conoce esta situación de primera mano porque es voluntaria en una iglesia próxima a Lahaina, la Citizen Church, que ofrece misas en español y reparte víveres, y a la que se han acercado voluntarios para prestar sus servicios de traducción al español.
La generosidad con los afectados ha sido tal que, en la entrada del templo, un letrero advierte: “No aceptamos más donaciones”.
“Tenemos tantas cosas que ya no sabemos cómo repartirlas. Hemos tenido mucho éxito, este es el espíritu ‘aloha'”, dice Diana, quien cree que ahora lo que se necesita es el apoyo de organizaciones y abogados que asesoren a quienes no tienen papeles y no saben cómo recibir las ayudas.
Ante el miedo que impera en la comunidad, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) ha reiterado que “cualquier persona” afectada por un desastre puede ser elegible para recibir asistencia sin importar el estatus migratorio.
Además, FEMA tiene personal en la isla que atiende a las víctimas en español.
Maui ha sido durante las últimas décadas el hogar de una comunidad latina compuesta principalmente por mexicanos, salvadoreños y hondureños que hoy se enfrentan a los estragos que han dejado los fuegos, los más mortíferos de los últimos cien años en Estados Unidos.
Según datos de 2022 del censo de Estados Unidos, los latinos representan cerca del 11 % de la población de Hawái.
Antes de los incendios, el fútbol y las misas en español unían a la comunidad latina de la zona. Sin embargo, ahora todo se concentra en ayudar a las víctimas con oraciones, reparto de productos básicos y búsqueda de consejería legal.
Además, como otros de sus vecinos, la comunidad hispana se pregunta si podrá quedarse en Maui o si tendrá que irse a otros estados en busca de mejores oportunidades ante el desempleo tras los incendios y las dudas sobre si los programas de asistencia incluirán a las personas en situación migratoria irregular.
“Es triste ver que todo lo que construiste en años se destruyó en unas horas”, dice Rocío Garro, mexicana quien se plantea abandonar la isla tras perder su casa y una tienda de productos para buceo y esnórquel que tenía desde hace una década en Lahaina, la ciudad más afectada por los fuegos.
Otra vecina, Jenny, mexicana que vive en Maui desde hace 20 años, se lamenta de la posible caída del turismo y teme que eso afecte negativamente a su tienda de artesanías y decoraciones.
“Para mí, por suerte, la única afectación es que no logro vender nada estos días, contrario a mucha gente que perdió todo”, dice con cierta amargura Jenny, consciente de ser una de las afortunadas de la isla pero con miedo a lo que los fuegos puedan suponer para su tienda.
Los incendios en Maui se han cobrado la vida de 115 personas, entre ellas dos mexicanos y un costarricense. Además, hay 338 desparecidos, lo que podría aumentar significativamente la cifra total decesos.
De acuerdo con cifras del condado de Maui, los migrantes -muchos de ellos latinos- constituyen un 30 % de las personas directamente afectadas, es decir, evacuados, fallecidos o que han perdido alguna de sus propiedades.
Lahaina, reducida a un valle de cenizas, se ha convertido en el rostro de esta tragedia. En los coches y casas que se mantienen en pie, los vecinos han colocado banderas a media asta de Hawái.
“Lahaina es fuerte”, “Lahaina resiste” o “Maui resiste”, se puede ver en letreros colocados a lo largo de la carretera y entre los que destaca uno con la leyenda “Lahaina lives matter” (Las vidas de Lahaina importan).
Cerca de la entrada a Lahaina, los familiares han colocado un memorial en honor a las víctimas. A lo largo de unos 200 metros se erigen cruces de madera que recuerdan a cada una de ellas, con flores, más banderas de Hawái y, en el centro, un letrero con la palabra “Honor”.
Sobre una de las cruces resalta la cubierta quemada de lo que un día fue una pelota de fútbol. Según explicó a EFE un vecino, esa pelota pertenecía a un niño de Maui que amaba ese deporte.