Nueva York, 14 oct (EFE).- Desde un cuarto de albergue público donde caben dos camas, una cuna de bebé y una cómoda, los cinco miembros de la familia venezolana Bonilla-Medina arrancan una nueva vida en Nueva York, adonde han llegado huyendo de la miseria en su patria y la discriminación en otros países de la región.
Miles de venezolanos han llegado a la Gran Manzana como esta familia, atraídos por su fama de tierra de oportunidades. La mayoría “animados” por el gobernador de Texas, Greg Abbott, que lleva dos meses llenando autobuses de inmigrantes en la frontera con México y enviándolos a varias ciudades, desde donde más tarde recalan en Nueva York, aunque los Bonilla llegaron desde Arizona.
HUYENDO DE LA XENOFOBIA
Aurimar Medina, de 38 años, recuerda con precisión el día en que la vida de su familia dio un giro de 180 grados: “Era un 16 de julio a las 11 de la mañana. Cruzamos (la frontera) y nos entregamos” a las autoridades en EE.UU., tras un periplo de un mes y cuatro días después de salir de Ecuador.
El matrimonio y sus tres hijos -de 14 y 13 años, más un bebé de 11 meses- viven ahora apretados en un cuarto de albergue municipal, pero no se queja: su esposo Andrews ya encontró trabajo de lavaplatos en un restaurante y los adolescentes ya están escolarizados; su hija, incluso, ya ha ganado en estas pocas semanas dos competiciones de natación.
La familia salió de Venezuela en 2016 y recaló primero en Ecuador, pero en los seis años siguientes la situación se volvió muy difícil.
“Nos fuimos de Ecuador porque la xenofobia era muy grande. Vas a alquilar un apartamento y te encuentras con un letrero bien grande: ´No venezolanos´ y cuando vas a buscar trabajo te dicen ‘no queremos nada con venezolanos’. Me decían que me regresara a mi país”, comentó a Efe Medina.
Así que Aurimar y su prole decidieron tentar la suerte y cruzar Colombia, Centroamérica y México: vendieron todo lo que tenían y el 12 de junio salieron de Ecuador, con su bebé de siete meses en brazos.
Para evitar encuentros con las policías de todos esos países, fueron viajando en autobuses, “de pueblo en pueblo”. Para elegir la mejor ruta, consultaba a través de WhatsApp con otros emigrantes que ya habían hecho el viaje.
“Hicimos la travesía de Ecuador a Colombia, después la selva del Darién, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y México, hasta cruzar la frontera con EE.UU”, en el condado de Yuma (en el extremo suroeste de Arizona), “donde había un espacio sin barrotes”, comenta.
“Pasamos mucho miedo pero siempre fuimos con Dios por delante”, comenta. Tras varios días en refugios en Arizona y sintiéndose exhaustos, pidieron ayuda a sus familiares (residentes en Estados Unidos) para comprar los boletos de avión y viajar a Nueva York, donde fueron ubicados en un albergue municipal del condado de Queens.
NO DEPENDER DE NADIE
Aurimar, motor de la familia, ha conseguido meter a sus hijos adolescentes en un colegio público con un programa bilingüe, donde van aprendiendo inglés sin perder su escolarización.
Mientras su esposo, de 30 años, trabaja y sus hijos van a la escuela, ella aprovecha para realizar diversas gestiones como acudir a una lavandería cercana.
“Hoy fui a lo de la licencia de conducir. Queremos comprar un coche porque quiero trabajar”, dice. En Venezuela, Aurimar fue dueña de una pizzería y de una emisora de radio, y más tarde se empleó como productora de televisión. En Ecuador, se adaptó al mercado y trabajó de asistente de cocina.
Afirma que no quiere depender de nadie: “No tengo trabajo pero puedo vender cualquier cosa, busco opciones. Estamos en el país de las oportunidades”.
“Estoy muy en contra de todos los inmigrantes que después de pasar todo lo que hemos pasado, se paran en una esquina a pedir dinero. He estado estudiando la situación. Si no tengo dinero, agarro una bolsa de basura y recojo botellas (para reciclarlas) y así tengo algo de dinero”, comenta con firmeza.
“Es muy duro porque tengo un bebé pequeño que necesita comida fresca y las de aquí son congeladas, hay que calentarlas en el microondas, así en desayuno, almuerzo y comida”, además de que no pueden recibir visitas y hay reglas muy estrictas, indicó la venezolana.
Sin embargo, pese a las dificultades, dice estar agradecida “por las ayudas que nos están dando en este caos” como el carné de identidad municipal, el seguro médico para sus hijos y la educación, y porque se les permitió entrar al país “donde hay mejor oportunidades tanto de trabajo como de mejor vida”.
Recordó que fueron de Venezuela a Ecuador porque en el colegio de sus hijos estaban secuestrando niños. “Vengo huyendo de todo eso. Me siento un poco más segura aquí al saber que mis hijos van a estar en un lugar mucho mejor, con más visión de futuro”, afirma y dice que ya se prepara para el primer invierno para la familia.
Medina sueña con tener una casa. Mientras, están “poco a poco reuniendo” dinero para mudarse.
“Cierro los ojos y me visualizo en una casa con mis hijos, estable, con trabajo tanto mi esposo como yo. Es posible tener una vida digna y más tranquila”, afirma esperanzada.